18 de mayo de 2013

Libertad Condicional


El instrumento judicial "libertad condicional", aunque se maneja de manera distinta en cada país, ya que la legislación varía, el común denominador es uno solo: el imputado no puede volver a caer en delito alguno. En algunos casos, tiene que cumplir tareas puntuales, como el de presentarse cada cierto tiempo ante un juez o un "oficial de custodia". Si el infractor incumple las condiciones de su libertad, o comete un delito similar u otro de otra índole a la juzgada, el castigo será peor.


Pensaba en el instrumento en cuestión y nuestra casi increíble capacidad y tenacidad de volver a caer luego de que nos ponen a prueba, es decir nos dan libertad condicional, cometiendo el mismo delito por el que fuimos castigados, y sobre el cual nos dieron un "chance" de ver cómo nos manejamos. Como decía un compañero de trabajo ayer, a nosotros casi que nos gusta buscarnos los problemas. Por ejemplo, una persona que sabe que algo le es dañino, y que ha sufrido por ello, no piensa en las consecuencias post-acción, sino en lo que puede disfrutar en el momento. Es como si, justo en el momento, pensáramos que, haciendo lo mismo, tendremos efectos secundarios distintos.

Cada vez que estás en un hoyo, sea emocional, económico, profesional o espiritual, y puedes salir del mismo, piensa que es una oportunidad para corregir la ruta o los disparadores que te hicieron caer en el bache: te dieron libertad condicional. De no corregirte, ¿qué crees que hará el Juez de jueces cuando faltes otra vez por lo mismo? ¿No crees que te impondrá una pena mayor? Eso es justo lo que hace Dios: te da libertad, caes y sufres las consecuencias; te libera para ver cómo te comportas, caes nuevamente y sufres peor y durante más tiempo; y cada vez que caigas por lo mismo, te la pone más difícil, para ver si aprendes y te corriges.

Es tiempo de aprovechar mejor la libertad condicional que el Padre nos da.

Hebreos 10:26-27
Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios.


Autor: David A. Guerrero S.

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