12 de noviembre de 2010

Mis relaciones (Parte II)

Nuestras amistades juegan un papel muy importante en nuestras relaciones, aprendemos, crecemos, hacemos ajuste en cuanto a la modificación de nuestra conducta y nos adaptamos a diversas formas de pensar y de expresión de nuestros amigos o conocidos. Pero esto solo puede ser posible cuando nos despojamos de nuestro ego personal, dejando a un lado ese papel protagónico de reconocimientos personal, y damos paso e importancia a nuestro prójimo.

Esto me hace recordar lo dicho por Jesús “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31).

Precisamente, este es el gran secreto para crecer en nuestras relaciones, amar, ponerme en el lugar de la otra persona, tratar a los demás de la misma forma en la que me gustaría ser tratado.

Retornando a nuestro versículo de fondo (Romanos 12:3) “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno”. Me gustaría hacer énfasis en nuestras relaciones con los hijos e hijas.

Las relaciones con nuestros hijos e hijas

Si nuestro concepto personal como padre o madre es sentirnos más importante que nuestros hijos e hijas, de seguro nuestra relación con ellos no será la más apropiada.

Podemos ser padres o madres amigos o amigas de nuestros hijos e hijas, o podemos ser los autoritarios padres o madres en cuyo hogar solo prevalecen nuestras ideas, normas y preceptos. De ser esto último, la probabilidad de que nuestros hijos e hijas estén haciendo amistades o relacionándose con las personas menos indicada para su crecimiento espiritual, moral y psicológico, serán muy elevadas.

La preocupación de Dios por medio del Apóstol Pablo sigue siendo “No tener mayor concepto de nosotros mismo del que deberíamos expresar o tener” y nos anima a pensar con “sensatez y prudencia “de acuerdo a la medida de la fe repartida por Dios a cada uno de notros como padres y madres.

El hombre o la mujer prudente refleja madurez en sus decisiones, por lo tanto, al relacionarse con los demás los hace sentir importante, le transmite confianza, seguridad y por consiguiente, le deja motivado a buscar en su fuente de sabiduría (experiencias) los consejos apropiado para enfrentar el día a día. Es precisamente lo que esperan los hijos de una relación de confianza y seguridad. Una relación honesta, justa y adecuada a las necesidades de sus edades. Ese tiempo de relación solo puede ser establecida por padres y madres respetuosos (as) y amorosos (as) con sus hijos e hijas.

Este versículo nos anima a ser padres y madres de actuación serena e inteligente.

Por mi experiencia en mi trabajo en el ministerio familiar, me he dado cuenta de un problema casi común en la comunicación de los padres y de las madres con sus hijos e hijas, es lo fácil que pierden su serenidad y lo difícil de actuar frente a las diversas circunstancias o necesidades de sus hijos e hijas, con verdadera inteligencia.

La cordura al pensar y al actuar nos permite ver soluciones en medio de las mas grade crisis. Es lo que muchos padres y madres necesitan hoy día. Solo Dios puede hacer este cambio en sus corazones y llenarle de sabiduría, fortaleza y mansedumbre en medio de tantas situaciones y presiones a las que están sometidos nuestros hijos e hijas.

Esto solo se puede lograr si tenemos fe en que Dios estará con nosotros en medio de cualquier situación que afecte nuestra relación con nuestros hijos e hijas. El es nuestro ayudador y estará sosteniéndonos en medio de esas necesidades y preocupaciones presentadas por ellos.

Una relación entre padres e hijos, no es simplemente hablar de ciertas cosas, es mis amig@s, estar en el lugar de ellos en cualquier circunstancia de su vida, es permitirle ver el lado humano de nosotros, no solo como sus padres o madres, por igual, como sus amigos y amigas.

En este proceso es necesario armonizar amor, ternura, compresión,… sin dejar a un lado la disciplina. Necesitamos ser amigos de nuestros hijos e hijas, pero no podemos ser permisivos, hay que corregir cuando sea necesario lo que afecte sus vidas, por esos somos sus padres o madres.

Romanos 12:9 dice: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno”.

No deberíamos permitir en la vida de nuestros muchachos y señitas esas actividades o actitudes malas, condenadas por el Señor, aquellas que perjudican su vida espiritual solo porque les amamos y no quisiéramos perder sus amistades. El amor debe ser sin fingimiento, si le amamos necesitamos ser sinceros, y ayudarle por medio de consejos y sugerencias a ver aquellas cosas que pudieran perjudicarles a corto o largo plazo. Este es nuestro trabajo, en esto debe fundamentarse nuestra relación con ellos.

Por supuesto, esta no es tarea para iniciarla cuando nuestros hijos e hijas se hicieron mayores de edad, es necesario trabajar desde que están en el vientre de su madre. Ellos deben ir sabiendo cuales son aquellas cosas malas y cuáles son las buenas. Cuales les aportan beneficios a su vida y cuáles no.

Una verdadera relación entre padres e hijos fluye de una verdadera relación con Dios.

Recordemos al Apóstol Pablo cuando nos dice en Romanos 12:1,2.

Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

Busque hacer la voluntad de Dios, enseñemos a nuestros hijos con el ejemplo cual es la voluntad de nuestro padre celestial, de esta forma ellos aprenderán a relacionarse con El por medio de su hijo Jesucristo. Buscaran su compañía y vivirán de acuerdo a sus enseñanzas.

Dios multiplique en ti paz, amor y felicidad al lado de tus hijos e hijas.

Hasta nuestra próxima entrega…

Bendiciones….

1 comentario:

  1. En su primera y segunda parte, este artículo demuestra que los seres humanos no somos islas, y que Dios mismo tuvo esto en cuenta en la Biblia para enseñarnos a armonizar con los demás.

    El problema de las malas relaciones comienza cuando pensamos que el resto del mundo está ahí para servirnos a nosotros, y olvidamos que el mismo Jesús estuvo entre nosotros como el que sirve.

    Nos llevaríamos mejor con la gente si olvidáramos nuestros títulos, apellidos, posiciones, el síndrome del primer lugar, y nuestro vano egoísmo.

    Sin duda alguna, cuando procuramos el bien ajeno, Dios nos ayuda a encontrar el propio.

    ResponderEliminar

Tus comentarios son de gran valor y motivación para nosotros.