30 de marzo de 2013

Molestarse por el éxito


En busca de competir en una carrera importante, dos corredores pertenecientes a un mismo equipo, cumplen con todo el proceso de preparación previo: ejercicios, dietas, competencias con integrantes del mismo equipo; muchos sacrificios físicos y emocionales. Llega el momento de la carrera y, debido a la estricta preparación, ambos logran clasificar y entrar a la competencia; sin embargo, sólo uno de los dos gana. ¿Qué pasó? ¿Qué hizo el ganador que el perdedor dejó de hacer? Si ambos se prepararon igual, ¿no es "injusto" que sólo uno ganara?  Si ambos estaban igual de preparados e hicieron  sacrificios similares, ¿no hubiese sido más justo que ninguno se llevara el galardón? 


Es un caso hipotético que me he inventado; sin embargo, ¿no crees que sucede a diario? En mi relativamente corta vida lo he visto mucho, en contextos distintos: en los estudios, deportes, en lo laboral, y hasta en lo sentimental. En este sentido, ¿no encuentras comprensible que el "perdedor" se moleste con el "triunfador"? ¿En realidad es injusto que sólo uno se lleve el galardón? Probablemente, en la euforia del momento, sea hasta tolerable pensar de tal forma; sin embargo, luego de pensarlo "en frío", es realmente injusto pensar que, si no lo ganamos nosotros, tampoco otros lo debieran lograr. Si fría y calculadamente lo pensamos así, es egoísmo encarnizado. 
Molestarse por el éxito de otros, si nosotros nos esforzamos y sacrificamos "igual" que los demás, es una forma de pensar que denota pequeñez mental.  Es más, aún si el otro no se sacrificara ni se esforzara, y llegara por "enganche" o haciendo trampas, tampoco debiéramos envidiarlo, porque de hacerlo indica que estamos dispuestos a rebajarnos a su nivel. 
Sea en buena lid o "por la izquierda", que no nos cause pesadez el éxito ajeno; disciplinemos nuestras mentes y labios, para no pensar o decir cosas que demuestren poca altura emocional, espiritual y/o profesional.
Proverbios 18:4,6
Aguas profundas son las palabras de la boca del hombre; y arroyo que rebosa, la fuente de la sabiduría. Los labios del necio traen contienda; y su boca los azotes llama. 
Autor: David A. Guerrero S.


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