Las personalizaciones son posibles para la mayoría de los objetos que queramos adquirir. Expresiones como “a su medida”, “a su gusto”, “su preferencia”, son comunes al momento de la oferta y la compra. Pongamos el ejemplo de un vehículo: color, interiores, tipos de aros y llantas, capacidad del motor, tipo de tracción, y un montón de opciones más. Una vez que se adquiere, muchas veces el usuario sigue haciéndole los ajustes que no pudo o quiso hacer al momento de la compra.
Pensaba en cómo nosotros, al igual que con el vehículo, nos “hacemos” a la medida: ¿ojos? Lentes de contacto de colores; ¿pelo? Pelucas, extensiones, cambio de color; ¿tes facial? 20,000 opciones para ocultar detrás del maquillaje “la cruda verdad”; ¿uñas? Infinitas opciones; ¿busto? ¿naris? ¿labios? ¿orejas? ¿arruguitas? ¿“chichos” o “llantitas”?; ya casi todo lo podemos “pedir a la medida”. En principio, los cambios estéticos obedecían sólo a cuestiones ortopédicas o de salud imperantes; hoy, desde jovencitos menores de 18 años, hasta los “pasado meridianos”, pasan por los cirujanos plásticos como ir a un supermercado. Mientras más grande sea la cuenta bancaria, más “ajustes y cambios de piezas” es posible hacer.
Muchas veces queremos que nuestras vidas sean de la misma manera: a la medida. ¿Y en cuanto a Dios? Ahí “el asunto” se pone difícil. Queremos, y hasta exigimos, que las cosas sucedan o no sucedan. Es más, las oraciones dejan de ser momentos de rogar por misericordia, sino llamadas a un “centro de quejas”: exigiendo “nuestros derechos” por el “mal servicio” brindado. Dios no trabaja así, y algunas veces nos lo hace ver “a trancazos”.
La vida no es color de rosa, pero a veces intentamos pintarla para que así sea. Es momento de cambiar esa actitud.
Colosenses 3:12
Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia.
Autor: David A. Guerrero S.
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